Vajillas de porcelana: Las vajillas más valiosas que llegaron a Euskadi tras recorrer medio mundo | El Correo

2022-08-13 13:18:27 By : Ms. Cassiel Zhou

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Éranse una vez un alavés, un guipuzcoano, un vizcaíno... y tres vajillas. En su historia no hubo hadas madrinas ni brujas, pero sí príncipes y lugares lejanos, largas travesías por mar, increíbles aventuras y un tesoro que en vez de estar formado por joyas u oro consistía en platos, tazas y jarras. No hablamos de unos platos cualquiera, claro, sino de los más hermosos de su época. Obras de arte que hoy en día se exhiben en museos y que cuando fueron elaboradas hace 250 años ya se consideraban tan valiosas como para atravesar dos océanos con ellas a cuestas.

Siendo el menaje parte imprescindible de una comida resulta imperdonable (casi bochornoso) que hasta hoy no hayamos hablado aquí sobre la historia del servicio de mesa. Mea culpa, queridos lectores. Para comenzar a tapar esa falta fiché recientemente el libro 'Lozas y porcelanas vascas: siglos XVIII-XX', una obra editada en 2009 por el Museo Vasco de Bilbao que repasa la producción histórica de cerámicas finas en nuestro entorno y algunos ejemplos de porcelanas que, sin ser de manufactura autóctona, pasaron a formar parte del patrimonio de ciertas familias o instituciones vascas.

Ahí están los 5000 platos, todos decorados con el lema 'Irurac Bat', que la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País encargó en Inglaterra para vestir las mesas del Seminario de Bergara. O las increíbles vajillas que vinieron del otro lado del mundo y constituyeron la herencia más preciada de tres grandes familias: los Balzola, los Asteguieta y los Berriozabalbeitia.

Platos y tazas de la colección Asteguieta.

Viajemos por un momento a la segunda mitad del siglo XVIII. Los europeos acaban de descubrir el secreto para producir la finísima, traslúcida y resistente porcelana de pasta dura que hasta entonces sólo sabían fabricar los chinos. El misterio de aquella maravilla asiática está en el caolín, una arcilla blanca muy abundante en las colinas de Gaoling –de ahí el nombre– que utilizaban los alfareros de Jingdezhen, capital mundial de la porcelana desde el siglo X.

Aunque el enigma de la porcelana se hubiera desvelado, en 1770 aún se podían contar con los dedos de la mano las fábricas europeas capaces de alcanzar los niveles de calidad de las piezas chinas. Lógicamente tampoco tenían su mismo exotismo ni ese plus de poderío, estatus y cosmopolitismo que aportaba lucir una auténtica vajilla de la China en el aparador.

Parte de la vajilla Balzola. / Subastas abalarte

Hacía tiempo que los mejores talleres de Jingdezhen trabajaban de acuerdo al gusto occidental, adaptando tanto la forma como la decoración de las piezas a las exigencias del cliente extranjero. Por entonces la cerámica y otros artículos suntuosos (sedas, muebles lacados, joyas...) salían de China por el puerto de Cantón a bordo de los barcos de las distintas Compañías de Indias que allí operaban. Los productos destinados al mercado español llegaban primero a Filipinas y de allí se trasladaban a Acapulco siguiendo la ruta del famoso Galeón de Manila; una vez en México la carga se transportaba por tierra hasta Veracruz y luego atravesaba otro océano, el Atlántico, para desembarcar finalmente en Cádiz y distribuirse por toda la Península Ibérica. En este largo periplo tomaron parte numerosos vascos, ya como miembros de la Armada o como comerciantes instalados en Filipinas.

Pieza de la colección Casajara. / áncora

Por ejemplo el alavés Pedro de Asteguieta (1706-1774) aprovechó su buena fortuna en los negocios y su puesto de cónsul en Manila para enviar numerosas remesas de dinero y objetos preciosos a su casa natal de Foronda. Fue él quien encargó en China una vajilla de más de 300 piezas decorada con el escudo de armas de su linaje, un valiosísimo conjunto que actualmente se custodia en el Museo Nacional de Artes Decorativas (Madrid) y que llegó a Álava a finales del XVIII de la mano de su sobrino Justo Pastor de Asteguieta, quien en una carta conservada en la Fundación Sancho el Sabio escribió que «son raras tales Bajillas por muchissimas justas razones, y assi se ve que en cuasi toda Casa desente la usan de plana, por lo que son contadas y mui pocas las que vienen de China» (sic). Lo de «usarla de plana» quiere decir que no se utilizaba para comer, sino solamente para lucirla.

Así, decorando paredes y aparadores del palacio de Errotalde (Bergara), tenía su vajilla china don Ignacio de Murúa y Balzola (1863-1953). El conde del Valle presumía con razón de aquella impresionante colección heredada de su familia materna: formada por 400 piezas, la vajilla Balzola es una de las mejores y más completas que se conocen de ese período. Hizo el viaje desde Filipinas en 1770, a bordo de la fragata Santa Rosa de Lima y junto a su dueño el capitán zestoarra Ignacio Balzola Larrache. Adquirida en 2014 por el Museo Nacional de Cerámica de Valencia, nos queda un poco lejos pero al menos se puede visitar.

No es el caso de la vajilla Casajara, traída desde Perú en 1822 por el juez vizcaíno y marqués de Casa Jara don Manuel Berriozabalbeitia y Berrio. Salió del palacio Zearsolo de Elorrio para subastarse en 2016 y nunca más se supo de ella.